Si nos preguntan por la vida útil de un aislamiento, la mayoría de los productos aislantes disponibles en el mercado declaran una vida útil mínima de 50 años, siempre que estén correctamente instalados y protegidos de agresiones como el sol, la humedad o los impactos mecánicos. Además, aquellos que sufren envejecimiento de sus propiedades a lo largo del tiempo, tienen la obligación de declarar las prestaciones con los valores ya envejecidos.
En la práctica, la durabilidad del aislamiento térmico puede ser mucho mayor que estos 50 años, llegando a igualar la vida útil del propio edificio. Si el material queda protegido dentro de la solución constructiva, no sufre deformaciones ni humedades, y ha sido bien ejecutado, no hay razón técnica para que pierda sus propiedades con el paso del tiempo.
Aunque no es fácil encontrar aislamientos antiguos para ensayar, ya que hasta los años 70 apenas se utilizaba aislamiento térmico en edificación en España, sí se han realizado estudios sobre muestras extraídas de obras de esa época en Europa. Los ensayos muestran que, tras más de 60 años, los materiales mantienen prácticamente intacta su capacidad de aislamiento térmico, confirmando que no hay degradación significativa en condiciones normales de uso.
La clave de la durabilidad está en el correcto diseño y ejecución: una colocación defectuosa o una mala elección del sistema constructivo puede reducir la durabilidad incluso de los mejores materiales. Por eso, más allá de las características técnicas del producto, lo que marca la diferencia a largo plazo es que el aislamiento esté bien instalado, y en la solución constructiva adecuada.